Santo Domingo.- Cada 21 de enero la comunidad católica celebra el Día de Nuestra Señora de la Altagracia, madre protectora y espiritual del pueblo dominicano.

Fue proclamada en el siglo XVI durante la época colonial. En República Dominicana el monseñor Arturo de Meriño, entonces arzobispo de Santo Domingo, pidió a la Santa Sede que fuese establecido como festividad este día.

Sin embargo, fue durante el gobierno de Horacio Vásquez que el pedimento se aprobó y se declaró oficialmente festivo en todo el territorio nacional.

Según cuenta la leyenda, la virgen María se le apareció a una pastorcilla encima de una peña. La niña se llevó la pequeña imagen, pero la mañana siguiente desapareció y volvió a la misma peña.

La infante intentó llevársela varias veces y ocurría lo mismo, hasta que la gente del lugar oyó la historia y al excavar debajo de la peña encontró la fotografía.

Nuestra Señora de La Altagracia es la patrona de Higüey, San José de Ocoa, Loma de Cabrera, Nagua, Hostos, una parroquia de la capital y otra de Santiago.

Tradicionalmente miles de fieles devotos de la Virgen viajan desde distintas provincias del país a la Basílica de Higüey, la cual está ubicada en la provincia La Altagracia, cuyo nombre conmemora el cuadro de la virgen traído desde España.

El cuadro de la Altagracia tiene 33 centímetros de ancho por 45 de alto y se considera una obra primitiva de la escuela española pintada a finales del siglo XV.

Esta muestra el nacimiento del niño Jesús y la protectora de los dominicanos lleva los colores de la bandera, su cuerpo está cubierto por un manto azul con estrellas, cerrando su vestido con un escapulario de color blanco.

La virgen está rodeada por doce estrellas y sobre su cabeza tiene colocada una corona dorada en la que resplandece sobre ella una auréola que la cubre.

Origen de la Virgen de la Altagracia

Sobre el origen de la Imagen de la Virgen de la Altagracia existen diversas versiones, pero todas ellas se basan en milagros semejantes.

Una de ellas cuenta que un colonizador vivía con su familia en una de las islas, y que acostumbraba hacer viajes para vender su ganado.

En una ocasión cada una de sus dos hijas le hizo un encargo; la mayor le pidió vestidos, cintas y encajes, mientras que la menor, que era más inclinada hacia las prácticas religiosas, le pidió una imagen de la Virgen de Altagracia.

El hombre se sorprendió, pues nunca había escuchado tal advocación, pero ella le aseguró que la encontraría.

Al término del viaje, y ya de regreso, el hombre pernoctó en casa de un viejo amigo, y le comentó mientras cenaban cuán desilusionado estaba porque sólo había podido conseguir lo que la hija mayor le había pedido, a pesar de haber buscado insistentemente la imagen de la Virgen de Altagracia, la cual parecía no existir.

Al oír aquel comentario, un anciano que había pedido pasar la noche en la misma casa, y que estaba sentado en un rincón, se levantó y le dijo que sí existía la Virgen de Altagracia y que él llevaba su imagen.